jueves, 24 de marzo de 2016

LA MISTERIOSA LLUM DE MANRESA

LA MISTERIOSA LLUM DE MANRESA




El 21 de febrero de 1345, un potente globo de luz blanca, procedente de Montserrat, cruzó el cielo y se proyectó como un rayo sobre la ciudad de Manresa, penetrando en el interior de la iglesia-convento del Carmen, un fenómeno lumínico que sucedía mientras las campanas de la iglesia no cesaban de repicar solas. Cada año, desde hace más de seis siglos, en una multitudinaria fiesta, las gentes conmemoran el llamado milagro de la “Misteriosa Llum”.




Cada ciudad, cada pueblo de España, guarda celosamente su misterio; Manresa no podía ser menos. Desde el año 1345, la capital de la comarca barcelonesa del Bages conserva en sus anales documentales el fenómeno sobrenatural de una misteriosa luz que, procedente de la montaña de Montserrat, se proyectó en esta ciudad del corazón de la geografía catalana, para, según cuentan, advertir al obispo y animarle a ceder en su actitud intransigente contra los habitantes de Manresa, a quienes, sin excepción, había excomulgado por haber permitido la construcción de un canal –la Sèquia–, al que el río Llobregat, a su paso por el castillo de Balsareny, abastecía de agua potable a la ciudad, después de cubrir un recorrido de 26 kilómetros.

A comienzos del siglo XIV, Manresa era, después de Barcelona, la segunda ciudad más importante de Cataluña, y en sus arrabales, diferenciados por gremios y grupos sociales y religiosos, se respiraba una atmósfera de intensa actividad comercial y artesanal, y un espíritu de respeto y tolerancia legado por los templarios. Fruto de ese frenesí fue el aumento de población, que daría lugar a la ampliación del recinto amurallado y a la construcción de grandes obras civiles y religiosas, entre ellas dos puentes, la Seo –Catedral–, e iglesias y conventos; todo ello dentro del estilo gótico de la época. Sin embargo, una terrible sequía en el año 1333, condenó a la ciudad al hambre, la miseria y a la emigración de gran parte de sus habitantes; las peregrinaciones a Montserrat no servían de nada, y la situación se convirtió en una verdadera tragedia. Aquel año pasaría a los anales históricos como “lo mal any primer”.

Pero los males nunca vienen solos; sin haberse recuperado de la anterior, tres años después sobrevino otra sequía, de igual o peor gravedad. Y, ante tanta desesperación por la falta de agua, se llegó al año 1339; la situación era verdaderamente insostenible, al borde de la locura colectiva; incluso se pensó en devorar los cadáveres; los buitres revoloteaban sobre los tejados de las casas de campo y campaban a sus anchas, dándose grandes festines con el ganado muerto, y las tierras diezmadas y sin nadie que las cultivara; el abandono de las masías era constante y la ciudad perdió la mitad de sus habitantes; tampoco la comunidad judía se libró de aquella pesadilla, si recordamos que su cementerio, situado a las afueras de la ciudad, en un lugar aún conocido como “La Fossana dels Jueus”, ya no tenía espacio libre para recibir más cadáveres. Fue entonces, en la primavera de 1339, cuando los consellers de la ciudad –Bertran de Castellbell, Pere Vilella, Jaume d’Arters, Bernat de Sallent, Jaume Amergós y Berenguer Canet–, al no encontrar ninguna solución, coincidieron en pensar que era vital para el destino de la ciudad y parte de la comarca, llevar a cabo un trasvase de agua, a través de una “Sèquia” –acequia–, que proporcionara agua para regar los huertos y para calmar la sed.

Primero se pensó en el Cardener, pero no tardaron en comprender que el caudal de este río era insuficiente ; y luego se pensó con acierto en el Llobregat. Sin embargo, el trayecto de este último distaba varias leguas de Manresa; inconveniente que se compensaba con tres ventajas de peso: un mayor caudal, respecto al río Cardener, y por tanto, más agua; menor salinidad y la orografía de la comarca, que facilitaba la captación del agua del río Llobregat.

La situación en Manresa, mientras tanto, seguía siendo caótica y al borde de la histeria colectiva. Ante tanta desesperación, el 23 de agosto de aquel año, los consellers viajaron a la Ciudad Condal para entregarle al monarca Pedro III “el Ceremonioso” el ambicioso proyecto; este no vio ninguna dificultad y no dudó en dictar privilegio real a la ciudad para dar libertad de trazado a las obras de la Sèquia, siempre y cuando se indemnizara por los daños a terceros; además, el monarca concedió protección y ayuda económica a los manresanos, a cambio de algunas exenciones para poder pagar la obra.

Y esta ayuda económica al pueblo de Manresa se estableció por real mandato en una reducción de los cinco mil sueldos de impuestos que recibía la corona anualmente; si recordamos que esta ciudad pagaba entre diez y veinte mil sueldos anuales, dependiendo del año, después de una década, la ciudad debería pagar una cantidad fija de doce mil sueldos. Además, el monarca cedía todos los derechos, rentas y dineros de los beneficios derivados del canal.
(Continúa la información en ENIGMAS 195).

Jesús Ávila Granados

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