Por Esteban Ruiz A.
¿Somos capaces de “comunicarnos” telepáticamente con otras personas? ¿Podemos desarrollar técnicas como la clarividencia? Y la visión remota, ¿es posible “ver” lugares o personas a distancia? Dicho así parece ciencia ficción. Sí, dicho así, lo que pasa es que son muchos los laboratorios adscritos a universidades del primer mundo que llevan décadas experimentando con ello… y con ellos.
Partamos de una leyenda urbana. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase tan manida como falsa que asegura que únicamente utilizamos el 10% de nuestro cerebro –dependiendo de la persona la cifra aumenta hasta un 12%–? Seguro que incluso hemos oído a algún atrevido afirmar que si utilizáramos el 100%, el hombre podría hasta levitar. Pues bien, dicha aseveración es más falsa que un euro de corcho. ¿Por qué? Sencillo. El cerebro, como el corazón, es un músculo. Por esta misma regla de tres, si sólo utilizásemos el 10% del corazón, o estaríamos muertos, o haríamos la fotosíntesis. Porque un músculo, si no lo usamos, se atrofia. Por lo tanto utilizamos, indudablemente, el 100% de la materia gris. Otra cuestión es que sepamos cuáles son las funciones de ese 90% cuyas capacidades en cierto modo faltan por desvelar. Y es ahí donde podríamos encontrar un nicho para las facultades extrasensoriales que algunos dotados tienen. No lo afirmamos nosotros: lo hacen científicos de renombre o instituciones como la Universidad de Duke, Saint Gallen, o Berkeley. Veamos…
¿Dónde empezó todo?
Sin duda alguna, en África. Pero no nos vamos a remontar tanto. Baste con que nos ubiquemos a principios del siglo XX, para comprender cómo nació la investigación de estas percepciones, entre las probetas y decantadores de un laboratorio. Fue en la ya citada Universidad de Duke, en Carolina del Norte (EEUU). Y su precursor fue el doctor en Biología y Psicología por la Universidad de Chicago, Joseph Banks Rhine. Hombre curioso y de mentalidad extraordinariamente abierta, en 1926 inició los primeros estudios en parapsicología científica –así se denominó– junto a su esposa Louise, en la Universidad de Harvard. Fue una primera toma de contacto, breve pero intensa, porque a partir de ese instante ya no podría dejar de experimentar en este campo. Un año más tarde se trasladó a Duke, y allí, junto al doctor en Psicología William Mac Dougall montaron el primer laboratorio de parapsicología del mundo. Y Joseph B. Rhine sería su primer director.
De este modo, en un ámbito aparentemente cerrado a estas temáticas como el universitario, dieron comienzo las primeras investigaciones en lo que se dio en llamar posteriormente fenómenos Psi Gamma –nuestra mente actúa sobre la mente de un individuo–, y Psi Kappa –nuestra mente actúa sobre un objeto–, todo ello bajo el paraguas de un concepto que por primera vez veía la luz: parapsicología.
Así pues, durante décadas, nuestro protagonista se dio a la investigación, especialmente de la PES –percepción extrasensorial entre personas–, con el firme propósito de demostrar que determinados fenómenos asociados a nuestra mente no eran una cuestión de creencia, sino de ciencia; y que además, poseían argumentos y pruebas consistentes para pensar que no se trataba de supercherías. Sus logros sirvieron para que fundara instituciones ya clásicas como la –“Fundación para la Investigación de la Naturaleza del Hombre”–, o la revista Journal of Parapsychology. Basándose en la estadística demostró matemáticamente que determinados fenómenos asociados a la mente no es que sean reales, es que además eran reproducibles. Hay que decir que de su laboratorio, que con el tiempo se transformaría en el primer instituto de parapsicología científica del mundo, salieron grandes nombres que contribuirían al estudio de este apasionante asunto.
¿Qué son las cartas Zener?
A decir de quienes de esto saben mucho, una forma de descubrir y/o desarrollar los poderes psíquicos. Y es que, ¿cuántas veces hemos dicho eso de “me has leído el pensamiento”, o “yo estaba pensando eso ahora mismo”? Hay quien piensa que podría –y utilizo el condicional– tratarse de telepatía residual. Por eso hubo quien pretendió demostrar si aparte de residuos, había algo más… Seguimos pues acomodados en la primera mitad del siglo XX, dentro de laboratorio de Rhine. Y es que una de los supuestas percepciones extrasensoriales más estudiadas son la telepatía y la clarividencia, que nada tiene que ver con echar las cartas –no al menos las del tarot–, o con líneas calientes que se aprovechan de la credulidad o la desesperación de la gente para supuestamente adivinar el futuro. En el caso que nos ocupa consiste en adivinar sin ver, o en transmitir un mensaje de la mente del experimentador a la del “experimentado”. Y para ello, J. B. Rhine o su ayudante Karl Zener –que también era psicólogo– estaban convencidos de que no sólo era posible, sino que además, con un entrenamiento determinado, se podía desarrollar. De este modo, a fin de demostrar que dichas capacidades eran reales, en la década de los veinte del pasado siglo inventaron un mecanismo muy sencillo para demostrar que los supuestos dotados, o al menos algunos de ellos, no mentían, simplemente porque en este punto la estadística era la que hablaba.
(Puedes continuar leyendo el reportaje en la revista ENIGMAS Nº 223).
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