¿Acaso no has sentido nunca que la persona a la que acabas de conocer es como si la conocieras desde hace muchísimo tiempo?
¿Nunca has creído que al acercarte a alguien surgen chispas invisibles de energía que os rodean a ambos?
Yo te busco, tú me buscas, nos acercamos, nos alejamos. ¿Eres mi alma gemela? ¿Mi mitad que perdí en la partición del andrógino?
Cuando el corazón de Avigdor deja de latir en el claro del bosque, Swan siente su pecho romperse en mil pedazos. Como una parte complementaria que se busca aunque miles de kilómetros los separen.
Kronos de Ana Sabater.
Hay personas a las que vemos por primera vez y sentimos que hemos pasado toda una vida con ellas. Almas que se encuentran, se bifurcan, se alejan, se vuelven a reunir, y son como hitos que de alguna manera siempre vuelven a un mismo camino. Hay karmas de vidas anteriores que nos unen y nos desunen. Toda nuestra vida se configura como un mágico encuentro con otro semejante al que buscamos durante tanto tiempo.
Una afinidad, densa energía que surge en cada encuentro, en la visión de aquel que tanto tiene del yo. En un aprendizaje continuo de separación y de acercamiento.
“El Mito del Andrógino” descrito por Platón en sus diálogos sobre el amor conocidos como El Banquete, nos narra que en otro tiempo existía un tercer sexo, el andrógino, que reunía el sexo masculino y el femenino. Los hombres tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. El sol produce el sexo masculino, la tierra el femenino, y la luna el compuesto de ambos, que participa de la tierra y del sol. Estos seres concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y combatir a los dioses. Zeus examinó con los dioses el partido que debía tomarse, y decidió que debía disminuir sus fuerzas. Para ello los separó en dos, así se hicieron débiles y aumentaron su número. Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos desesperados para encontrar la otra mitad de la que había sido separada, y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, en un encuentro de la parte perdida de uno mismo.
Como afirma Paulo Coelho en Brida en ciertas reencarnaciones nos dividimos. Así como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también nuestras almas se dividen. Nuestra alma se transforma en dos, así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena parte de la tierra. Formamos parte de lo que los alquimistas llaman Anima Mundi, nos dividimos y también nos reencontramos, y este reencuentro se llama amor. En cada vida tenemos una misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas otras partes.
El ser completo asexuado. Lo masculino en lo femenino, y lo femenino en lo masculino. El mito de la persona que no tiene sexo definido que es un compendio de ambos, porque está completa en toda la extensión de la palabra. Pero para llegar a ese punto hay que danzar. Representar un baile de encuentros y desencuentros que nos lleve a avanzar, a desarrollar dentro de nosotros la sabiduría que nos permita integrar los dos polos. Que nos lleve a ser enteros de nuevo, y para ello buscar anhelantes la otra mitad. El amor que nos unirá y que nos hará crecer.
Y esta unión rota la recreamos cuando encontramos al alma a la que nos unimos en el acto sexual. Además de una compenetración psicológica, buscamos esa unión física, ese ser completo que gira con cuatro piernas y cuatro brazos, con dos cabezas, y que goza y disfruta de su placentera unión en dos apéndices que se complementan entre sí, y que va más allá al pretender unir dos cuerpos. Ahí nos creemos completos de nuevo porque la energía fluye entre los dos seres y somos uno de nuevo. Y el poder renace nos sabemos de nuevo dioses porque nos reconocemos poderosos y unidos.
Yo te busco, tú me buscas, nos acercamos, nos alejamos. ¿Eres mi alma gemela? ¿Mi mitad que perdí en la partición del andrógino?
Por ello nuestra sociedad está llena de señales hacia ese encuentro con mayúsculas, al que nos unamos mediante la fuerza invisible del amor. Hacia ese sexo maravilloso que nos lleve al extenuante sentimiento de consciencia y fuerza de ser otra vez un ser indivisible.
Una fuerza como la narrada en Kronos novela de Ana Sabater, en la que dos seres se buscan durante toda una vida, inconscientemente son almas que se aferran al encuentro con su mitad perdida, con su otra parte. Avigdor y Swan son dos niños marcados por un destino común. Por una espectacular aparición que les encripta lo que han de hacer. Se encuentran en su infancia y adolescencia y se inician en el amor y el sexo. La unión sexual les lleva a gozar de hallar a su polo opuesto. Y se crea esa mágica unión invisible. Los lazos que no se ven pero que se configuran como energías parejas. Cuando él intenta abandonar su vida ella siente que su corazón se rompe en mil pedazos, aunque estén separados por kilómetros de distancia, porque esa atracción les une más allá del tiempo y del espacio. Y luego aunque caminen por distintos derroteros desean volver a reencontrarse en un tiempo que se desvanece porque al fin y al cabo lo único que existe es el presente. Inconscientemente él es su mitad que la complementa, y ella es el alma que cura su espalda llena de cicatrices con la que viaja. En el fulgurante deseo de ese mágico instante en el que la punta de sus dedos se una y surja la luz de nuevo en su oscuridad.
En busca de esa división que se multiplique por fin, de esa sutil energía que está ahí dentro o fuera de nosotros mismos para configurarnos de nuevo enteros. Porque ¿Quién sabe qué cosas tú y yo hemos compartido antes?
Booktrailer Kronos de Ana Sabater
http://anasabaterescritora.blogspot.com.es/
Noa Rosa Castillo Solá en 3:50
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