miércoles, 13 de enero de 2016

¿Fracasan todas tus relaciones? Analiza tu apego.

¿Fracasan todas tus relaciones? Analiza tu apego.


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¿Por qué somos como somos? Ésta es una de las eternas preguntas que la Psicología se empeña en responder. ¿Genes, ambiente social, crianza, opción propia? Como casi siempre, la interacción de múltiples factores es la respuesta más acertada, a la vez que compleja y rica.

En concreto, la Teoría del Apego formulada por el psicólogo John Bowlby nos explica qué relación tiene nuestra personalidad con el tipo de vínculo creado en la primera infancia con nuestra principal figura de apego: generalmente, nuestra madre.

¿Fracasan todas tus relaciones? Analiza tu apego.

Según la teoría del apego, las experiencias más relevantes de una persona tienen lugar durante sus primeros meses de vida, en los primeros contactos con su principal cuidador.

Según cómo trate esta persona al bebé, cómo atienda a sus necesidades y las emociones que le transmita, el pequeño aprenderá a comportarse con seguridad e intención de exploración hacia su ambiente o bien con ansiedad, miedo o confusión.




Y este patrón de conducta se mantendrá relativamente estable a lo largo de la vida, en el trasfondo de nuestras acciones. En el estrecho vínculo madre-hijo están algunas de las bases de la personalidad.

Estas bases, por supuesto, son moldeables con el tiempo, según el resto de experiencias y aprendizajes que enfrentemos, pero sin duda son relevantes en nuestra evolución personal.

Tipos de apego

Existen tres tipos de apego, es decir, tres formas de que la madre interactúe con el hijo, que dan lugar a diferentes formas de ser. Son los siguientes:

Apego Seguro/Autónomo

El cuidador demuestra cariño, protección, disponibilidad y atención a las señales del bebé en todo momento, lo que permite al niño desarrollar un concepto de sí mismo positivo y un sentimiento de confianza.

Estos niños tienen más iniciativa, tienden a explorar y acuden al cuidador en momentos de excesiva activación, puesto que éste es capaz de estabilizar las respuestas emocionales del niño y devolverle el equilibrio y la calma, incluso ante situaciones de estrés.

De adultos, las personas seguras tienden a ser más cálidas, estables y con relaciones íntimas satisfactorias, más positivas e integradas en el ámbito interpersonal.

Son seguros de sí mismos y coherentes, perciben las emociones negativas como menos amenazantes. Dado que su relación con sus figuras de apego les ha permitido la independencia de explorar y a la vez apoyarse en momentos de inseguridad, son personas que confían en ellas mismas y en los demás.


Apego ansioso ambivalente

El cuidador está física y/o emocionalmente disponible sólo en ciertas ocasiones, y se muestra inconsistente emocionalmente: por ejemplo, en ciertos momentos es cariñoso, en otros sin embargo reacciona con desprecio o incluso agresividad.

Así, el niño se vuelve más propenso a la ansiedad y al temor de explorar el mundo, puesto que no sabe qué respuesta obtendrá en cada momento.

Tiene un fuerte deseo de intimidad, de ser aceptado o “validado”, pero a la vez una sensación de inseguridad respecto a los demás, ya que su cuidador no le proporciona el equilibrio deseado.

A los adultos ansiosos ambivalentes les cuesta estar solos, por eso suelen emprender una búsqueda constante de pareja, alguien que les valide como persona y les proporcione seguridad y apoyo.

Reaccionan a la soledad con angustia intensa. Sin embargo, mezclan comportamientos de excesivo contacto social con expresiones de rechazo, fastidio y resistencia ante la intimidad.

Apego ansioso evitativo

El cuidador deja de atender las señales de necesidad de protección del niño, forzándole a valerse por sí mismo, lo que no le permite el desarrollo del sentimiento de confianza que necesita.

También puede suceder lo contrario: el cuidador sobreestimula al pequeño con su propia ansiedad y se muestra intrusivo en sus deseos de exploración, por excesiva protección, lo que reduce su autoconfianza.

Ambos estilos de crianza dan lugar a este tipo de apego. También se ha asociado con madres que maltratan a sus hijos física o verbalmente, o a través de la indiferencia.

De niños, los ansiosos evitativos en lugar de mostrar una conducta afectiva ansiosa, muestran un relativo desaprecio, sin confiar en los demás ni preocuparse por ellos.

A veces se muestran agresivos y desobedientes, propensos a tomar represalias. De adultos, estas personas suelen armarse de una coraza mediante la cual resulta difícil acceder a su verdadera profundidad.




Son inseguros ante los demás y suelen mantener contactos sociales superficiales, evitando la intimidad y el compromiso. Sobre-regulan su afecto, es decir, les resulta difícil mostrar sus emociones a los demás e incluso a sí mismos.

En conclusión, ninguno de nosotros nace con la capacidad de regular sus propias reacciones emocionales, sino que lo aprendemos tempranamente.

El mejor regalo que unos padres pueden hacer a sus hijos, sin duda, es un apego seguro.

¿Cómo? En un próximo artículo te daremos ciertas pautas interesantes.


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