Recientemente, nos hablaron de un clérigo que daba clase en un colegio de Toledo. Era exorcista y se había formado en Italia bajo la tutela del famoso Padre Amorth. En pleno siglo XXI y al más puro estilo de la película El rito –en la que un joven e inexperto sacerdote acompañaba a un veterano Anthony Hopkins–, asistió como aprendiz a un ritual de exorcismo en un suburbio de Roma, donde se hallaba una joven poseída. El sacerdote italiano advirtió al español: «Cierra los ojos y reza sin parar». Para su sorpresa, la chica, totalmente analfabeta, empezó a hablar en un griego clásico perfecto. Y no sólo eso, sino que además miró al aprendiz de exorcista y le dijo cosas que solamente él podía conocer. Lo que les contó este clérigo a sus alumnos un día en el aula, rememorando aquello, fue: «Lo que se ve en las películas no es nada comparado con la realidad».
Éste y otros exorcistas forman parte de la legión de eclesiásticos que luchan contra el fenómeno de la posesión en España. Uno de los más conocidos, sin duda, es el Padre Fortea. Nos pusimos en contacto con él y nos hizo llegar muy amablemente varios de sus libros, entre ellos Exorcística, en el cual leemos, entre otras cosas, que «si la persona no cree que está posesa, hay que tratar de convencerla de que sí lo está». Pero, ¿estamos hablando de prácticas del pasado? Muy al contrario, la demanda de exorcistas crece.
EN EL NOMBRE DE CRISTO
Hace tan sólo unos meses, el cardenal Rouco Varela nombraba en Madrid a ocho exorcistas españoles autorizados por el Vaticano, ante el aumento de peticiones en la capital. Se trataba de una decisión única en España. Los religiosos estaban dispuestos a luchar contra el demonio, cosa que harían tras estudiar el Ritual Renovado de Exorcismos que aprobó Juan Pablo II. Algo tenía que saber el pontífice, quien ofició algunos exorcismos en persona.
Las fases del rito, según este manual de instrucciones del Vaticano, comienzan con la aspersión de agua bendita y continúan con las oraciones letánicas que imploran la protección del Altísimo y cantan la victoria del mismo sobre el Maligno, sin dejar de mostrar un crucifijo al atormentado poseído. En cualquier caso, el Diablo es conjurado, en nombre de Cristo, para que abandone el cuerpo que ha tomado. Al parecer, y siguiendo con el manual, una de las formas más llamativas de identificar un auténtico caso de posesión, consiste en hablar lenguas desconocidas o entender a otro que las habla; pero también mover objetos y mostrar una fuerza sobrenatural, aunque estos signos pueden tener otras causas de naturaleza espiritual o moral.
Sea como fuere, el Vaticano aconseja apoyarse en psiquiatras para ayudarse con el diagnóstico, aunque un trastorno mental no quitaría que también hubiera posesión. Eso sí, los médicos y psiquiatras consultados deben «tener sentido de las cosas espirituales», cosa que tal vez se deba a que, como muy bien apuntaba el Padre Fortea, «el exorcista que realice su ministerio en un país secularizado deberá aceptar con humildad la debilidad de su situación ante la ley penal. Por más prudente que sea, tendrá que trabajar sabiendo que en cualquier caso puede ser denunciado ante los tribunales de justicia por intromisión en el campo psiquiátrico […] Los enemigos de la religión lo primero que atacarán será el exorcismo, alegando que se trata de una actividad que atenta contra la salud pública, contra la salud mental»… (Continúa en AÑO/CERO 287).
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